Discursos inclusivos y Equidad de Género…

Publicado: octubre 23, 2010 en Articulos y Ensayos
Etiquetas:, ,

Podemos decir que la realidad se construye y reproduce mediante discursos, estos son estructuras de conocimientos, afirmaciones y prácticas mediante las cuales comprendemos, explicamos, y decimos causas.

“Los discursos determinan el campo de objetos a través del cual se experimenta el mundo. No hay realidad fuera del discurso” (Foucault, M. en Healy, K; 2008). Sin embargo, los discursos tienen distintos matices, dependiendo desde el lugar donde se mire, del enfoque que de manera consciente o inconsciente se utiliza para observar o intervenir la realidad social.

En los enfoques con líneas positivistas, instalados en los discursos modernos, la verdad se hace posible a través de oposiciones o contrastes (Healy,k; 2008). En este sentido, los dualismos pasan por alto las diversidades existentes en el seno de las categorías opuestas. La estructura dualista establece una estructura jerárquica a través de la cual se privilegia el primer término sobre el segundo. El privilegio del primer término se mantiene mediante la devaluación del segundo (Derrida en Healy, K; 2008). Esa ha sido la tendencia en los discursos históricos que se han tejido en torno a lo que significa ser hombre y mujer, urbano y rural, etc.

“Hoy en día la opinión pública ha sido educada sobre temas de igualdad de género lo cual favorece la participación en igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, aunque no lo suficientemente”. Si bien se están generando discursos inclusivos y de re significación de los estereotipos tradicionales en relación a las mujeres, continuamos manteniendo inequidades en la estructura de nuestros estados, y de nuestra propia cultura.

“Las mujeres participan en los movimientos y en los espacios sociales, pero se les excluye a la hora de tomar decisiones”. El promedio para los países de Latinoamérica y el Caribe indica que en la actualidad solo el 16% de los asientos parlamentarios están ocupados por mujeres. Si bien se han apreciado significativos progresos con respecto a la situación reinante en 1990, aún falta mucho por avanzar para alcanzar la paridad, como lo demuestra el hecho de que al proyectar este indicador sobre la base del ritmo de crecimiento histórico entre los años 1990 y 2005, se infiere, por ejemplo, que la región llegaría a un tercio de representación femenina recién en el año 2035 (CEPAL; 2007). Las mujeres están todavía ausentes de las estructuras con poderes de decisión. Por lo tanto, gran parte de las resoluciones que atañen a la promoción de la mujer y la equidad de género continúan en manos de varones, que muchas veces siguen reproduciendo discursos de exclusión hacia las mujeres.

Se construye un discurso acerca del otro, en donde éste adopta las características dadas por quien lo mira y lo busca nombrar (Matus, T; 2002). Y desde esta mirada sobre el otro adquieren significado una serie de imaginarios socioculturales, que en la intervención son separados como problemática.

De este modo, el significado que se les otorga a las mujeres, define obligaciones y determina responsabilidades y autoridades que muchas veces sigue vinculándolas al mundo privado, al mundo de lo doméstico, y relegándolas a roles invisibles en lo público. Es decir, el discurso implícito, incluso en la política social, establece marcos o cuadriculas de organización social que hacen posible ciertas acciones e impiden otras (Healy, K; 2008).

Conjuntamente, “ver al otro” implica un efecto de poder sobre este, pero también hace visibles a aquellos a los que se les aplica, construye diferentes donde antes había iguales (Foucault en Carballeda, A; 2002). Esto se puede apreciar en políticas sociales que en vez de generar promoción y protección de los derechos de las mujeres, declaran ciertas responsabilidades naturales de esta para con la familia, por sobre otros campos como el trabajo remunerado en la empresa.

Casi imperceptiblemente, el discurso implícito en las políticas de sociales, impone un “sentido de lugar” inconsciente en el espacio social. Dicho de otro modo, con un enfoque más crítico, las políticas de intervención formuladas a favor de la mujer tienen la capacidad de reproducir determinados Habitus (Bourdieu, P; 1998), que generan una forma de identidad y participación, disposiciones al consumo, identificación con ciertas prácticas propias de un grupo social determinado con el que se comparten capitales similares. Así, las mujeres se ubican en el espacio social de acuerdo a sus capitales (culturales, económicos, sociales, simbólicos), y desde ese punto en el campo social miran el mundo. Esto implica, por ejemplo, que cuando una política de intervención define al otro como “jefa de hogar”, “vulnerable”, “sexo débil” o “indigente”, define elementos para que en ese otro se reproduzca una forma de ser y de estar, de pararse en el campo social, un punto de vista, o una vista desde un punto en el espacio social. Conciencia de una relación desigual, asimétrica. El que interviene y el que es intervenido se ubican en diferentes puntos del campo social (poseen diferentes capitales) por lo tanto gatillan miradas distintas acerca de la realidad, lecturas desde diferentes planos de la problemática social, de la situación de inequidad. Por lo que creemos necesario que se legitimen en los discursos de intervención esquemas socioculturales de acción y de comprensión.

La formación de identidades es vital para las operaciones modernas de disciplina y vigilancia en los procesos de poder identidad y cambio (Foucault, M en Hely, K; 2008) las personas participan de buen grado en las formas de poder porque este no solo actúa sometiéndolas, sino para producir su sentido del yo, para inducir placer o para reforzar sus capacidades individuales, las prácticas contemporáneas del poder como forma de vigilancia se perciben en horarios, sometimientos del cuerpo a regímenes alimenticios (como los estereotipos de belleza visualizados en la publicidad), pero sobre todo en esos dispositivos invisibilizados; en el autocontrol, en el miedo a no ser integrado, a la anormalidad.

Los enfoques positivistas de las políticas sociales de Intervención, predominantes en las políticas de Estado, han restado posibilidades de avanzar en una comprensión integral de las problemáticas sociales que afectan a las mujeres, Y han funcionado como dispositivos de control y reproducción de “categorías de ser mujer en el mundo privado” (jefa de hogar, madre adolescente, mujer vulnerable, trabajadora pero con responsabilidades familiares, etc.) y de Habitus socioculturales que favorecen la dependencia y la exclusión social a espacios públicos de participación.

“La cultura y las instituciones sociales juegan un papel significativo en la formación de los valores que rigen el comportamiento colectivo e individual frente a las relaciones entre los géneros”. Es necesario comprender como se mantiene y cómo pueden cuestionarse las prácticas sociales, las formas culturales que reproducen los estereotipos de ser mujer y de ser hombre. La subjetividad de la persona se produce a través de discursos que establecen posiciones específicas del sujeto. Los discursos y las posiciones del sujeto que ponen a nuestra disposición o desde que se nos excluye afectan mucho nuestra forma de vida (Healy, K; 2008). En nuestro enfoque, no hay una única idea de desarrollo, “el centro del desarrollo humano son las personas, sus diferentes intereses y su condición particular de existencia”.  Por tanto la intervención puede ser entendida como una mediación inclusiva, un encuentro intercultural con el “otro género” situado en una posición distinta del campo social (con puntos de vista distintos acerca de la realidad social).

En el contexto actual, la intervención en lo social considerando la equidad de género se nos presenta como un espacio de libertad ya que es posible reconstruir historicidad, entender a este otro género no como un sujeto a modelar sino como un portador de historia social, de cultura, de relaciones interpersonales. La intervención con Equidad de género, implica hacer ver aquello que en el contexto socio histórico no se logra visibilizar.

Existe una relación asimétrica de información entre los administradores del Estado y sus ciudadanos y ciudadanas, que funciona como un dispositivo de poder y control social. Las políticas públicas y sus ejecutores no solo visibilizan sujetos de intervención, sino que también pueden hacer lo contrario. Además, influyen en el comportamiento cívico de las personas, en sus expectativas de vida y oportunidades de cambio.

Desde determinadas prácticas sociales inclusivas, cada vez más cercanas a una intervención sistemática que contempla la equidad de géneros, organizada y fundamentada, se generan dominios de saber que imponen nuevos objetos, conceptos y técnicas de intervención que, en definitiva, construyen nuevos sujetos de conocimiento. Que tienen la potencialidad de resignificar al otro género. Sin embargo es necesario contemplar que “la limitada práctica de trabajar coordinadamente o en red, por parte de los diversos actores sociales, restringe las posibilidades de integrar transversalmente los temas de género”. Nuestros discursos inclusivos no deben estar aislados sino ser parte de una red de involucrados con convicción en el cambio social que se está dando en nuestros territorios, y a nivel global, que otorga un nuevo significado a los roles de ser mujer y hombre en el siglo XXI.

Deja un comentario